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El director OMS, descarta a la inmunidad colectiva o de rebaño como una respuesta adecuada para combatir la pandemia de coronavirus.

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[vc_row][vc_column][vc_column_text]Durante una rueda de prensa el director de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom Ghebreyesus descartó a la inmunidad colectiva como una respuesta adecuada para combatir la pandemia de coronavirus.

La inmunidad colectiva es un concepto utilizado en el ámbito de la vacunación, e implica que se puede proteger a una población contra determinado virus si se alcanza un umbral de vacunación.

Por ejemplo, la inmunidad colectiva contra el sarampión requiere la vacunación de un 95% de la población, aproximadamente. El 5% restante quedará protegido porque el sarampión no se propagará entre las personas vacunadas.

Para la poliomielitis, el umbral es de un 80%, aproximadamente.

En otras palabras, la inmunidad colectiva se alcanza protegiendo a las personas contra el virus, no exponiéndolas al virus.

Nunca en la historia de la salud pública se ha recurrido a la inmunidad colectiva como una estrategia para responder a un brote, y mucho menos a una pandemia. Ello plantearía problemas científicos y éticos.

En primer lugar, no sabemos lo suficiente sobre la inmunidad al virus de la COVID-19.

La mayoría de las personas infectadas con el virus causante de la COVID-19 desarrollan una respuesta inmunitaria durante los primeros días, pero no conocemos la intensidad ni la duración de esa respuesta, ni la forma en que varía de una persona a otra. Tenemos algunas pistas, pero no el panorama completo.

Por otra parte, se han conocido casos de personas infectadas por segunda vez con el virus de la COVID-19.

En segundo lugar, la inmensa mayoría de personas en la mayoría de los países sigue siendo susceptible a este virus. Los estudios de seroprevalencia sugieren que en la mayoría de los países, las personas infectadas con el virus de la COVID-19 representan menos del 10% de la población.

Por consiguiente, dejar que el virus circule descontroladamente supone infecciones, sufrimientos y muertes innecesarios.

Además, si bien las personas mayores y las personas con enfermedades preexistentes son las más expuestas al riesgo de enfermedad grave y defunción, no son las únicas que corren ese riesgo. Han muerto personas de todas las edades.

En tercer lugar, apenas estamos empezando a conocer las consecuencias de salud a largo plazo para las personas infectadas con el virus de la COVID-19. Me he reunido con grupos de pacientes que padecen lo que se está describiendo actualmente como «COVID prolongado», a fin de comprender sus padecimientos y necesidades, de modo que podamos promover la investigación y la rehabilitación.

Permitir que un virus peligroso cuyos mecanismos no conocemos cabalmente circule sin control es algo contrario a la ética. Esa no es una opción.

Sin embargo, tenemos muchas opciones. Hay muchas cosas que los países pueden hacer y están haciendo para controlar la transmisión y salvar vidas.

No es una elección entre dejar que el virus circule libremente o paralizar nuestras sociedades.

Este virus se transmite principalmente entre personas que tienen contacto cercano, y ocasiona brotes controlables mediante la aplicación de medidas específicas.

Impedir las aglomeraciones.

Proteger a las personas vulnerables.

Empoderar, educar y dar participación a las comunidades.

Asimismo, es preciso perseverar con los mismos instrumentos que hemos recomendado desde el primer día: detección, aislamiento, pruebas y atención a las personas, y localización y puesta en cuarentena de sus contactos.

Esto es lo que los países están demostrando que funciona cada día.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][TS_VCSC_Facebook_Video facebook_video=”https://www.facebook.com/watch/?v=638272086808483″ facebook_autoplay=”true”][/vc_column][/vc_row]

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